Nuestros rasgos son como huellas efímeras. Se congelan en el tiempo por instantes pequeños, encapsulados en moléculas que palpitan: aparecen y desaparecen; juegan en las comisuras del tiempo y explotan en el momento menos esperado, invadiendo hasta lo menos contemplado. El movimiento es un aliado que recubre diferentes temporalidades, dejémonos seducir por el ayer y el hoy. Permitamos la vida sea un rastros latente.